viernes, 26 de agosto de 2011

Hablando con el ausente

                     

Agobia el silencio que calla tu nombre
en la quietud que entraña la resignación,
un susurro llega que la noche esconde
y es la plegaria triste de una oración. 

Parece que el viento se hace tan frío
como el blanco mármol que es tu compañía,
las estrellas tristes ya no tienen brillo
y es que están llorando con melancolía. 

El alba despierta, las plantas suspiran,
los pájaros vuelan y entonan sus cantos,
pero hay damiselas que nunca te olvidan
y muy celosamente ocultan su llanto.      

En el jardín sombrío de tu triste hogar
las hojas que tiemblan contemplan la flor,
las sombras que cubren aquel pedestal
ya no las quebranta ni la luz del  sol. 

Pasarán los días, los meses, los años,
se hablará de ti, de todas tus cosas,
pero poco a poco, se secará el llanto
de los que a tu tumba te llevaran rosas. 

Los muchos amores que por ti soñaron
sus penas se irán en alas del tiempo,
con nuevos cariños llenarán tu espacio
y todo será, tan sólo un recuerdo.

Pero aquí dejaste tu imagen, tu vida
en un corazón que sufre en silencio, 
que sigue latiendo sin sanar la herida 
y mientras el  viva, tú sigues viviendo. 

Es el corazón insustituible de esa mujer
que te dijo adiós ahogándose en llanto,
que jamás te olvida, y alienta su ser
llevándote flores hasta el campo santo. 

No diré su nombre sólo digo madre
esa la matriz que a todos encierra,
que alimenta vidas con carne, con sangre
para que después nos trague la tierra.                         

Lucila Lárez Fariñas
de  Gutiérrez

Puerto la Cruz, año 1979.-

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