¡Madre!, dulce palabra que decimos con frecuencia,
bálsamo en el dolor, alivio en nuestra angustia,
tu nombre inquebrantable en nuestros labios,
nos acompaña mas allá de la tumba.
¡Madre! sublime devoción es adorarte,
en el templo sagrado de tu amor,
de rodillas me postro a contemplarte,
para oír de tus labios tu santa bendición.
Eres faro que ilumina el sendero,
que nos marca el destino al tiempo de nacer,
marchas a nuestro lado sin importarte nada,
ni el dolor, ni la pena que te hagan padecer.
No existe recompensa a tu excelsa bondad,
que es infinita, incomparable y franca,
ante los ojos de la inmensidad,
eres baluarte que se distingue a lontananza.
Ángel guardián que guía nuestros pasos,
celoso defensor hasta el último momento,
eres incansable aún ya en el ocaso,
cuando tus manos tiemblan y tu andar es lento.
Porque todos viajamos por el mundo,
en el tren inmenso de la vida,
aferrados todos a tu amor profundo
que es el peldaño que nunca se derriba.
Hoy cuando celebramos tan grandioso día,
unidos elevamos al cielo una plegaria,
unos por la dicha de tenerte todavía,
y otros por el descanso eterno de tu alma..
Lucila Lárez Fariñas
Maturín estado Monagas, año 1960
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