viernes, 4 de noviembre de 2011

Autobiografía (atendiendo a una solicitud)


Parte III
... Ocho años más adelante, Félix y Josefa contraen matrimonio en el mes de Agosto de 1933 y deciden establecer su hogar en El Clavellino a partir de 1935 hasta 1940. Para entonces tenían una familia de 3 hijas que, en orden de aparición son: Elvia, Lucila y Libia. En este año (1940), mi padre decide marcharse a Caripito Estado Monagas, con un grupo de familiares y amigos, con la esperanza de encontrar trabajo en las petroleras que recién habían comenzado su explotación. No tuvo la misma suerte de muchos, teniendo que regresar azotado por el paludismo, que se había concentrado en esa parte del país.
Sin lograr un total restablecimiento, toma la decisión de irse con su mujer y sus tres hijas a una zona cafetera en las montañas del Turimiquire en  busca de la sobre-vivencia de la familia. El país se encontraba bajo el clima del régimen dictatorial del general JUAN VICENTE GÓMEZ, lo cual se conjugaba estrechamente con las diversas epidemias que atacaban ferozmente a los sectores rurales, asiento de las clases más desposeídas del país que era casi la totalidad de la población y cuyos ingresos dependían de sus siembras de mayor escala unos y pequeños huertos los otros, contando con el apoyo de los medianos comerciantes, a quienes les empeñaban sus cultivos para poder llegar a la cosecha.

De esa manera sobrevivían los pueblos y sus gentes; retroalimentándose unos con otros, interrelación posible siempre y cuando se presentaran buenos tiempos climáticos que favoreciera a la agricultura. Pero en esa etapa de dificultades antes señaladas, se agravó la situación por la escasez de alimentos luego de 5 años de sequía, o lo que nosotros conocemos como verano. Los campesinos no contaban con sistemas de riego ni ninguna ayuda gubernamental que les permitiera cultivar la tierra, aunque fuera para el sustento exclusivo de su familia. Eso obligó al desplazamiento, cuando solo tenían como único recurso de consumo, las semillas de cereales y tubérculos, que acostumbraban guardar como reserva para las siembras, a pesar que no eran apropiadas para la alimentación, ya que ni uno ni otro al cocinarlos se ablandaban, sus reservas alimenticias eran mínimas.

    Lucila Lárez Fariñas
    de Gutiérrez

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