miércoles, 7 de septiembre de 2011

A mi madre: La última morada

A un año de tu partida...

                   

Con tu alma adolescente y soñadora,
con tu espíritu joven lleno de ilusión,
te hiciste mujer y gran señora,
por el divino misterio del amor. 

Aún sin conocerte busqué tu compañía,
con el fantástico milagro de tenerte,
como la madre que me abrigaría,
al sentirme vibrar entre tu vientre. 

Señal de mi existencia que alteró tu figura,
tu corazón altruista y tu donaire,
me brindaron tu amor con afán y ternura,
y así empezó mi vida yo nací para amarte. 

Tu mundo como madre: un complejo universo,
luz de luna, de estrellas, resplandeciente sol,
constelación de sueños iluminó tu cielo,
que luego oscureció por tristeza y dolor. 

Una vida incansable sin tregua sin sosiego,
compostura tenaz, llena de gran portento,
con tu amor maternal luchaste contra el miedo,
tu vida fue jardín fue pampa, fue desierto. 

Soportaste el verano con reservas de invierno,
también viste el otoño con ráfagas de viento,
llevándose muy lejos las hojas ya maduras,
que cayeron del árbol milenario del tiempo. 

¡OH madre! si con mi amor pudiera
devolverte a la vida para seguir sintiendo
el roce de tu pelo como copo de nieve
y besarte tus manos marchitas por el tiempo. 

Escuchando tu voz dándome bendiciones,
compartiendo otra vez como en otros momentos,
yo diciéndote a ti madre te quiero mucho,
tú diciéndome a mí: sabes cuanto te quiero. 

Recuerdos que quedaron fijos aquí en mi mente,
reclaman tu existencia aquí en lo material,
para sentirte cerca, saber que estas presente, 
donde nunca haya espacio para esperar la muerte.

Ese camino abierto con tantas experiencias,
ya lo dejaste atrás perdido en la distancia,
allá quedaron flores, lagos de aguas tranquilas,
quedaron los colores, quedaron las fragancias.  

Quedamos tus amores por quien diste tu vida,
quedaron las verdades y el mundo de mentiras,
donde tenemos todo sin ser dueños de nada,
todo queda muy lejos de la última morada. 

Al Padre Nuestro rezamos para pedir su perdón,
de todas las ofensas que nos hacen deudor, 
en medio del tropel del mundo donde estamos,  
al que entramos llorando y llorando lo dejamos. 

Es la ley natural justa y sin diferencia,
a cada quien nos da la hora y el momento,
y asegura que un día iremos a tu encuentro,
es una gran promesa porque es lo más cierto.    

Lucila  Lárez Fariñas
de Gutiérrez
Puerto la cruz, 16-07-99.-

1 comentario:

  1. Juan Carlos Gutiérrez L.8 de septiembre de 2011, 15:44

    Madre adorada, tus letras son mi consuelo, otra forma de seguir hablando contigo.

    ResponderEliminar

Por favor comparte tus comentarios:

Luego de dos años...

No es fácil abrir la puerta de la antesala de una obra literaria cuando se trata de una primera edición. Sin embargo, la misma pasión y...