
Llegaste a mi jardín
bajo un sol abrileño,
cuando yo era una flor
con toda su fragancia
y te acercaste así
como buen jardinero,
a absorber su perfume
sin querer deshojarla.
Me regaste con besos
tan tiernos y sutiles,
y te quedaste preso
entre mis veinte abriles.
Y te aferraste a mí,
¡qué suave eran tus manos!
nunca te presentí
capaz de aquel engaño.
Porque tú eras de otra
lo supe con el tiempo,
yo me alejé de ti
llena de sentimiento.
Y me alejé de ti
deseándote suerte,
sabiendo que era el fin
y no iba a volver a verte.
Cuántos inviernos van
después de aquel abril?
desde entonces no quise
saber nada de ti.
Porque yo fui de otro
tú seguiste con ella,
en nuestro cielo roto
no quedaron estrellas.
Estas son añoranzas
recuerdos de un adiós,
de aquellas esperanzas
muertas para los dos.
Lucila Lárez Fariñas
Maturín, 1959.
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