En este blanco
lienzo
tan triste y
transparente
como la cara
misma
que tengo aquí
inclinada,
escribiendo estos
rasgos
me siento ya
impotente,
de luchar contra
todo
dando todo por nada.
Esperaré en el
tiempo
y en el divino
“Dios”
que habrá de
depararme
un día
tranquilidad,
y si no lo ha
dispuesto
y no escucha mi
voz,
paz y resignación
pido a mi majestad.
Junto al negro
escritorio
que es mi fiel
compañero,
espero ansiosamente
ese rayo de luz,
para dar claridad
a mi oscuro
sendero,
y aliviarme por
siempre
de mi pesada cruz.
Esta mano que
escribe
siento que no es la
mía,
porque tal vez el
cuerpo
se agota de
impaciencia,
entonando tan bajo
las tristes
melodías,
que cantan sin
consuelo
la voz de la
experiencia.
Lucila Lárez
Fariñas
de Gutiérrez
Maturín, año 1960.-
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